La vendimia ha sido un éxito, ya se han cogido las 200 cepas de uvas, uvas que se convertirán en vino de pitarra.
Una vez recogida la uva en cajas van al tractor y se lleva al lugar donde vamos a lavarlas, un buen manguerazo, para eliminar el polvo y los posibles resto de curas, y después
a la máquina despalilladora-estrujadora.
Es realmente asombroso ver como esta maravilla de máquina consigue separar el raspón, apartándolo de la uva.
Seguidamente pasa por unos rodillos dentados que aplastan la uva,
lo suficiente como para que salga el mosto, pero sin llegar a romper la pepita.
Esto evita que en el proceso de fermentación puedan entrar tanto los raspones como las pepitas rotas, que darían al vino un sabor amargo y herbáceo.
Antiguamente se pisaba las uvas para hacer el mismo proceso que hace la maquina, siempre dando lugar a una fiesta, la de la vendimia.
Posteriormente, el mosto es llevado a las cuvas donde va a fermentar.
Aquí es donde cada maestrillo tiene su librillo y en cada sitio se procede de una manera.
El día de hoy ha acabado con un Octavio muy orgulloso de los resultados obtenidos, que es lo importante, ya que acaba de recorrer uno de los caminos que hay que andar cada año para continuar elaborando buenos vinos de pitarra.
Me apunto para el año próximo. Seguro tendremos ocasión además de volver a realizar el trabajo ancestral de la cosecha de la uva.